Todo lo que se llevó el 2020

El último día del año siempre ha sido, para mí, un día de retrospectivas 

Hoy, el primer último recuerdo que tuve uno que estaba en el archivo mental de Enero 2020, el último viaje que hice hacia La Plata. 

Me subía al avión, chocando los asientos a mis costados con la valija roja de cabina donde llevaba todas mis pertenencias. Por fin aprendí a viajar con poco. En la espalda, la pesada mochila con la computadora que siempre viaja conmigo. 
Llegué a la fila que indicaba mi boleto, chequeada dos o tres veces para evitar malentendidos y momentos incómodos. Tras acomodar mis pertenencias, reposé mi cuerpo en el pequeño y duro asiento del vuelo lowcost.  
De repente, de un sobresalto, me di cuenta que no nos habíamos sacado la típica foto de despedida que repetíamos cada año, ya sea en el aeropuerto o en la salida de casa antes de subir al auto. Me lamenté, me dieron ganas de bajarme corriendo a hacer esa foto, y me pregunté por qué una foto se me hacía tan importante. Me calmé, y me convencí que no era para tanto, que podíamos hacerla el año que viene, en el próximo viaje. 

Me convencí tanto que ni siquiera trasmití mi arrepentimiento en el grupo familiar de whatsapp.

 

Ese recuerdo, hoy, me hace llorar. Porque me di cuenta que no, que no vamos a poder hacer esa foto ni en el próximo viaje, ni nunca, porque ya hay uno de nosotros que falta. 

Me quedo con las otras fotos y las atesoro, aunque ahora entre tantos archivos no las pude encontrar. 

Me imagino cómo habría sido esa foto de haberla podido hacer, de si habría sido en el patio o en el aeropuerto. De si habría salido el dinosaurio del aeropuerto atrás, de si sonreíamos, o llorábamos porque sabíamos que no nos íbamos a ver por meses. 

Pero nunca, jamás, sabríamos ni podríamos adivinar, que no nos íbamos a ver nunca más. 

Mi único deseo para el 2021 es llorar más de alegría, y menos de tristeza. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una idea en mi jardín