Sueños de una despedida



Soñé que aparecías en la casa de un momento a otro, muy débil y cansado. Como recién llegado de un largo viaje.
Nosotros sabíamos que habías muerto, habíamos asistido a tu funeral. Sabíamos muy bien, y vos también, que habías estado bajo tierra un tiempo. Lo que no sabíamos era por qué habías perdido las manos, y en qué momento, quién y cómo te las volvieron a poner en su lugar. Cicatrices no había, el único indicio de eso era una leve hinchazón roja entre la palma y la muñeca.
Yo estaba ansiosa y nerviosa porque me tenía que ir a una fiesta en Panamá con las dos chicas chinas que conocí allá, que me decían que me venían a buscar en Uber. Algo totalmente ilógico en la vida real, pero en el sueño era como un simple viaje de algunas horas.
Yo andaba de acá para allá, en cámara rápida, buscando qué ponerme en todos los roperos de la casa. Vos estabas en otra sintonía. Me observabas pasar, sin poder seguirme el ritmo, ni siquiera con la mirada. Mamá me miraba preocupada, pero no me decía nada, aunque se le notaba que no le gustaba la idea de que me vaya.
Tras un rato de cansadora observación, me decís agotado que te vas a dormir. Yo preocupada en mis cosas te saludo sin prestar demasiada atención, vos insistís en saludarme con más énfasis, casi agotas todas las energías que te quedaban en esa petición. Mamá te dice que dejes de ser tan insistente, y vos le respondés -pasa que yo me tengo que ir a otro lado. Te saludo con un abrazo fuerte y un beso, y te vas a dormir a la que era mi habitación.
En el camino de la que fue tu habitación hacia la pieza donde pasabas la mayor parte del tiempo en casa, entendí todo. Ya no tenía sentido seguir explorando placards, así que me volteo y encaro mi caminata para el lado contrario. Me encuentro con mamá en el quincho. Le digo que mejor no iba a la fiesta, que era una locura viajar tanto por una noche. Ella me dice que le parece lo mejor, que esta noche te ibas a descomponer.
Nos quedamos las dos mirándonos, sin hacer nada más, todo es silencio, pero dentro mío, desde el estómago hasta el esófago sube un fuego. Es la señal que me indica que tengo que ir a verte, que si no lo hago en ese momento va a ser tarde, pero siento el miedo de mi mamá de presenciar algo horrible, y se me contagia. Revivo el miedo que sentí cuando te vi muerto la primera vez. Pero como aquella vez, una fuerza que no sé de dónde sale me hace superarlo y avanzar hasta la habitación donde te habías ido a dormir.
Abro la puerta despacito, miro hacia adentro con miedo y sin querer despertarte si es que estabas durmiendo. Al abrir la puerta te veo brillar. Te salía luz de adentro del cuerpo, sobretodo de la boca. Temo haber llegado tarde, y te digo -¿Estás despierto?- a lo que me respondés que sí. Me acerco y me extendés la mano. Ya no brillás pero estás lleno de calma, amor y bondad.
Me contás que cuando era chica, en mi cumpleaños, siempre me arropabas y te sentabas en mi cama. En tu relato me teletransporto a esos momentos y puedo sentir tu peso al lado de mis piernas, hundiendo el colchón. Me contás que juntos veíamos las hormigas pasar por abajo de la cama y las molestábamos para que volaran hacia el techo, y una vez suspendidas en el aire las iluminabamos con una linterna y era como si se llenara el techo de estrellas. Te respondo que voy a usar la imagen que acababas de crear en mi mente para mi tesis.
Cuando te agarro la mano la siento fría, pero te hervía la muñeca, donde tenías rojo.
En ese simple gesto supe que nos despedíamos.

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