Una noche como esta
Esta es una noche de esas en las que la luna se ausenta, el viento sopla fuerte y frío, en la que las sombras son amenazantes. Es una de esas noches en que reina la soledad sobre el lugar, el silencio y la imagen estática de esta plaza se tornan insoportables. Deseo huir, pero no puedo.
El frío me invade y me contagia, sin embargo las sombras no se atreven a acercarse a mí. A pesar de todo yo sigo aquí parado, como siempre, al borde del abismo del cordón, erguido en mi posición, incapaz de moverme.
En un intento por ignorar la soledad, recuerdo.
Vienen a mi mi memoria madrugadas de primavera en las que sólo cumplía la función de decorar el lugar mientras observaba pasar a las parejas de la mano, familias conversando, las flores en su punto máximo de belleza y los pájaros cantando.
También recuerdo tardes de otoño en las que pude observar como caían todas y cada una de las hojas de aquellos árboles que decoraban la plaza, aún de aquél que a veces tapaba mi luz al ser tan alto como yo. La música particular que producía sobre mí la lluvia precipitante, un sonido casi metálico, un dueto que nunca nadie se paró a escuchar. Las flores marchitándose.
Y recuerdo noches como esta, en las que los peatones no se atreven a pasar por la plaza, aún si nosotros iluminamos su camino.
Una noche en particular es la que recuerdo, y quedó marcada en mí por siempre. El tatuaje de una bala que dejó un agujero en mi corazón.
Puedo oír aún los pasos de ella aproximándose a mí, oler su perfume y ver su silueta, adorar su sombra.También puedo escuchar, retumbando en mi mente, el sonido del disparo... y verla caer, manchando el piso frente a mi con su sangre.
Desearía no haber estado allí, que no me hubieran obligado a instalarme en ese lugar, unos metros más adelante por lo menos. Pero ahí estaba y no me podía mover, aquí estoy y tampoco puedo.
En el mismo lugar donde yacía un cuerpo ya no hay nada, y la soledad me invade otra vez, a pesar de poder ver desde lo alto a mis compañeros brillando, yo me siento solo, apagado.
Y escucho los pasos de una mujer.
El frío me invade y me contagia, sin embargo las sombras no se atreven a acercarse a mí. A pesar de todo yo sigo aquí parado, como siempre, al borde del abismo del cordón, erguido en mi posición, incapaz de moverme.
En un intento por ignorar la soledad, recuerdo.
Vienen a mi mi memoria madrugadas de primavera en las que sólo cumplía la función de decorar el lugar mientras observaba pasar a las parejas de la mano, familias conversando, las flores en su punto máximo de belleza y los pájaros cantando.
También recuerdo tardes de otoño en las que pude observar como caían todas y cada una de las hojas de aquellos árboles que decoraban la plaza, aún de aquél que a veces tapaba mi luz al ser tan alto como yo. La música particular que producía sobre mí la lluvia precipitante, un sonido casi metálico, un dueto que nunca nadie se paró a escuchar. Las flores marchitándose.
Y recuerdo noches como esta, en las que los peatones no se atreven a pasar por la plaza, aún si nosotros iluminamos su camino.
Una noche en particular es la que recuerdo, y quedó marcada en mí por siempre. El tatuaje de una bala que dejó un agujero en mi corazón.
Puedo oír aún los pasos de ella aproximándose a mí, oler su perfume y ver su silueta, adorar su sombra.También puedo escuchar, retumbando en mi mente, el sonido del disparo... y verla caer, manchando el piso frente a mi con su sangre.
Desearía no haber estado allí, que no me hubieran obligado a instalarme en ese lugar, unos metros más adelante por lo menos. Pero ahí estaba y no me podía mover, aquí estoy y tampoco puedo.
En el mismo lugar donde yacía un cuerpo ya no hay nada, y la soledad me invade otra vez, a pesar de poder ver desde lo alto a mis compañeros brillando, yo me siento solo, apagado.
Y escucho los pasos de una mujer.
Esa habilidad para darle vida a un objeto inanimado... irrelevante mi opinión, pero quedó muy bueno.
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