Ojos color carmín Nada más que un simple grito agudo, ahogado entre sollozos, interrumpió por un momento el silencio. Esa noche oscura sin luna y con visibilidad casi nula debido a la niebla, otra vida había sido arrebatada. Gracias al ruidoso llanto de un niño, los habitantes del pueblo encontraron a la víctima. El cadáver de una mujer de unos veinticinco años, de cabellera negra y con un gran parecido al niño que acababa de quedar huérfano, yacía en el pavimento, frío y pálido. En las afueras, unos minutos después del crimen, una esbelta señorita descansaba en su cama de terciopelo color carmín, sus ojos brillaban rojos como la sangre y se encontraba seria, meditando tal vez, en un profundo e impasible silencio, en una sosegada oscuridad. “Dormía tranquilo en mi bolsa de dormir hasta que mi celular sonó en el bolsillo, medio adormilado lo busqué, atendí apresurado y se oyó una voz áspera que me pedía urgentemente que lo ayude”. Un hombre alto se aproximaba silenciosamente a la ...